El edificio fue merecedor del Premio Nacional de Arquitectura de la XXVII Bienal Colombiana de Arquitectura y Urbanismo
Por fuera, una estructura hermética e introvertida situada frente a un corredor peatonal. Por dentro, una atmósfera clara y de espacios abiertos que conducen al visitante a la intimidad de un jardín.
Ubicado en el corazón de la Universidad de los Andes en Bogotá, el Centro del Japón celebra 110 años de relaciones entre ambos países y se sitúa como un espacio de tránsito entre dos culturas, un lugar para el conocimiento y el encuentro, en el que dialogan las nociones de individuo y de grupo, de intimidad y aproximación, del adentro y el afuera.
Su localización respondió al objetivo de crear un lugar abierto a la ciudad que no se limitara al contexto universitario, sino que lo trascendiera y se situara como una puerta de acceso a la cultura, academia y economía japonesa para diferentes tipos de públicos, explica Álvaro Bohorquez, arquitecto encargado del proyecto junto con Maribel Moreno Cantillo.
“Por eso está situado sobre la carrera primera, uno de los principales canales de flujo que la Universidad proyecta consolidar, integrado por varias zonas de interacción que actúan como catalizadores urbanos”. La estructura se adhirió a la Casita Rosada, uno de los edificios que integran una zona de vivienda obrera de principios del siglo XX, adquirida por la Universidad en los años 80 y catalogada como bien de interés cultural.
Esta relación con el lugar de construcción delineó las principales complejidades que lo rodearon, pero que a su vez permitieron articular el diseño con conceptos de la filosofía japonesa que le valieron el meritorio reconocimiento. El Centro del Japón es un lugar de transición en el que no solo dialogan dos culturas, sino que también convergen dos escalas y dos momentos históricos.
“Esas casitas fueron viviendas obreras de autoconstrucción y su escala en términos arquitectónicos es muy doméstica. El Centro del Japón sería adosado a ese contexto pero era un edificio institucional contemporáneo que aspiraba a una espacialidad más ambiciosa”.
Para articular estas tensiones, los diseñadores volvieron sobre el concepto japonés de uchi-soto, traducido como adentro-fuera, un código de conducta social basado en el carácter colectivista de esta cultura y en los diferentes grados de intimidad o exposición que regulan el respeto en las relaciones entre individuos y grupos. El uchi representa el círculo social más íntimo, familia y amigos, mientras que el soto encierra a aquellas personas o grupos con quienes no se tiene un vínculo pero podría eventualmente construirse una relación.
«No queríamos referentes arquitectónicos. Queríamos un centro del Japón, de la comunidad japonesa como tal. Por eso nos pusimos en la tarea de buscar patrones en la cultura y no en la arquitectura. El uchi-soto, el adentro-afuera, es el asunto de la arquitectura. En el lenguaje de patrones encontramos el ADN de una arquitectura».
De este concepto se derivó la exploración de los términos tatemae-honne, que hacen referencia a los patrones de comportamiento propios del afuera, la “fachada” que se proyecta hacia el exterior, y del adentro, las conductas propias de entornos sociales más cercanos.
El edificio responde a estos conceptos desde su estructura y el carácter de los espacios que se siguen en el recorrido que propone, que va desde lo público en la plazoleta peatonal exterior hasta lo privado en el jardín interior. Los niveles del edificio también atienden a este orden de transición, con espacios amplios e integrados para exposiciones en la primera planta, y salones de estudio en la última.
“Pensamos en áreas polivalentes donde se pudiera hacer de todo: una galería-exposición, un espacio para hacer karate, y espacios más privados para el trabajo o el aprendizaje del lenguaje que requerían silencio. Esos componentes programáticos empiezan a organizarse en función del uchi-soto”.
A estos conceptos de la cultura nipona responde también la apariencia opaca de la fachada, con textura de madera carbonizada simulando técnicas constructivas ancestrales japonesas, contra la claridad del interior con pisos en madera natural, mampostería a la vista y entradas de luz en rebote que generan una experiencia de tranquilidad, transparencia e intimidad.